domingo, 26 de octubre de 2008

GARZAS ROJAS


Búscame en esa ave me dijo Pablo, aquel maestro rural y niño filósofo todavía.
Ahí estaba la respuesta que por meses me negaba el Google, el ave penitente no era un error de la madre naturaleza, no era tampoco un ave destinada a la melancolía del paisaje, al castigo del recuerdo de la pena más amarga…
El error, el detalle estaba en el mirar del hombre, eso venido a menos, eso en bancarrota desde que confió demasiado en el decir más que en el silencio, y así se le fue diluyendo y aquietando su paisaje.
Despertando de esas sombras de la tarde, sobrevuela sobre esa línea de tinta diminuta de las islas, se desprende de la luz como si fuera una astilla de fuego, la garza entonces es una suave melodía sobre lo tibio del río.
Entonces se regresa el silencio en la tarde, como si todo fuese un santuario, como si todo en equilibrio estuviera.
Y ya no quedarán garzas blancas, ni penitentes rosas…
Todas la garzas en mí vuelven a su origen y a su silencio, todas vuelven en mi a ser rojas tal como fueran creadas.

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