En mi pecho la respiración detenida no era un milagro como otras tantas veces, repetidas, era la libertad del cazador acechando para dejarse cazar finalmente en este juego de dos.
Y esas nubes entonces, delicadas y suaves atravesando mi cuerpo como curándome de heridas de guerras largas, y de amontonar demasiados días absurdos.
Y esas nubes entonces, delicadas y suaves atravesando mi cuerpo como curándome de heridas de guerras largas, y de amontonar demasiados días absurdos.